domingo, 29 de septiembre de 2013

- ¿Y ahora qué?

No podía dejar de notar su propio rostro, pequeño y encendido. Se distrajo un instante con él, olvidando su furia. Siempre acontecía algo mínimo que la desviaba del torrente principal. Era tan vulnerable. ¿Se odiaba por eso? No, se odiaría más si ya fuera un tronco inmutable hasta la muerte, sólo capaz de dar frutos pero no de crecer dentro de sí misma. Deseaba más todavía: renacer siempre, cortar con todo lo que había aprendido, lo que había visto, e inaugurarse en un nuevo terreno donde todo pequeño acto tuviera un significado, donde el aire fuera respirado como por primera vez. 


Tenía la sensación de que la vida corría espesa y perezosamente dentro de ella, burbujeando como una caliente sábana de lavas. Tal vez si amara... Y si, pensó lejanamente, de repente un clarín cortase con su agudo sonido aquella manta de la noche y dejara la campiña libre, verde y extensa... Y entonces caballos blancos y nerviosos con rebeldes movimientos de cuello y patas, casi volando, atravesasen ríos, montañas y valles... Pensando en ellos sentía circular el aire fresco dentro de sí como salido de alguna gruta oculta, húmeda y fresca en medio del desierto. 

"Cerca del corazón salvaje", Clarice Lispector.


[Photo: RICOR Flickr]